Adrián fue llevado al nido como ya conté a los 3 cuartos de hora de haber nacido, pero en ningún momento estuvo en incubadora, sino en una cunita solitaria en mitad del dichoso nido, con una enfermera en la habitación contigua que solía estar más pendiente del ordenador que del bebé. Así estuvo 48 horas, desde el momento en que nos dijeron que los padres podíamos ir a verle siempre que quisiéramos, ya os imaginais todos, Joan y yo nos trasladamos a "vivir" al nido en sendas butacas y teníamos a Adrián en brazos prácticamente todo el tiempo, le dábamos los biberones, le cambiábamos los pañales e incluso a mí me dejaron bañarle la primera mañana.
La lactancia materna fue una auténtica pesadilla, tuve que escuchar todo tipo de gilipolleces (con perdón): que mis pechos eran demasiado grandes, mis pezones demasiado cortos, que mi hijo no tenía desarrollado el reflejo de succión (cuando succionaba los biberones como un campeón), y lo mejor de todo, que mi hijo era un vago porque prefería los biberones. Lo más irónico e indignante fue que le habían enchufado un biberón a la media hora de llegar al nido, a las 6 horas le habían dado otro, el cuál el pobre niño vomitó, y de resultas de esto, le habían hecho un lavado de estómago por si tenía "restos de parto". Todo esto sin decirnos ni una sola palabra a los padres. Para colmo le estaban poniendo chupete también, que cuando lo vi les dije que se lo llevaran inmediatamente. Pero no, según las enfermeras el problema eran mis pechos, demasiado grandes y mis pezones demasiado cortos.
Me lo ponía al pecho con 2 ó 3 enfermeras observando cada uno de nuestros torpes movimientos, las tenía bien encima, me ponían muy nerviosa porque me estrujaban los pechos para que saliera calostro, me estiraron de los pezones, en suma, veía las estrellas, y un momento o acto de amor como es el alimentar a tu hijo se convertía en una auténtica guerra con el bebé llorando como loco porque le aplastaban la cabecita contra mi pecho, le abrían la boca a la fuerza, y yo estaba más tensa que un palo. Visto el éxito, en cuanto tuve la subida de la leche, hacia el tercer día, pedí un sacaleches y comencé a extraerla para dársela en biberón por lo menos.
Al tercer día también nos dijeron que ya podía salir del nido pues estaba ganando peso, pero que continuábamos ingresados porque ahora tenía ictericia, y había que darle sesiones de fototerapia de 24 horas. Lo que hicimos fue llevarnos la cunita a la habitación con las lámparas de fototerapia, y así estuvimos día y NOCHE no 24 horas, sino 48. Nos daba muchísima pena ver al bebé medio desnudo, sólo con el pañal, y un antifaz, solito en medio de la cuna tomando los rayos UVA aquellos. Por menos de nada el antifaz se movía y se le quedaban los ojos al descubierto. Joan y yo no dormíamos nada, vigilando continuamente que no se le subiera el antifaz a la frente.
En el hospital lo pasamos francamente mal, en primer lugar porque estábamos deseando volver a casa pero no había manera, cada mañana cuando visitaba el pediatra, que por cierto le han llegado a ver 3 distintos y cada uno con sus criterios e ideas completamente diferentes al anterior, salía algo nuevo y ese día tampoco podíamos irnos. Compartir habitaciones minúsculas es verdaderamente incómodo, entre las 2 camas, las 2 cunitas, y las 2 butacas de acompañante, prácticamente no se podía pasar. Sumado a las visitas que recibían nuestras compañeras de habitación (una tarde llegamos a ser 13 personas!!!) aquella situación era de locos.
Así que al 6º día, cuando llega la 3ª pediatra en cuestión y nos dice que el bebé ya tiene los niveles de bilirrubina normales, que ha respondido muy bien a la fototerapia, pero que nos quedemos 24 horas más en observación, le dije que tururú, que se quedara ella si quería, y firmamos el parte de alta voluntaria, no sin antes tener que escuchar su reprimenda y su intento de meternos miedo por si le pasaba algo al niño. Lo que ella no sabía era que yo no estaba tomando esa decisión a lo loco, había hablado con bastantes familiares médicos y sabía que una vez que los niveles de bilirrubina en sangre comienzan a descender, es muy improbable que vuelvan a subir. Así que como llevaban 2 días bajando y además estaban dentro de la normalidad, au revoir al hospital Mateu Orfila de Mahón.
Nos fuimos con tantas ganas y prisas que Joan se dejó un tiesto en lo alto de la carrocería del coche, y arrancamos con él encima. Cuando llegamos a la carretera general nos acordamos del tiesto, pero Joan dijo que seguro que se había caído por ahí y que no quería dar la vuelta para buscarlo. En ese momento vemos caer el tiesto de la discordia por la luna de detrás, y claro, le hice parar y recoger el maltrecho kalanchoe que me había regalado una compañera de trabajo y que me encantaba.
Tres cuartos de hora más tarde llegábamos a Ciutadella, no podíamos creer que ya estábamos en casa, y a mí me sucedió algo verdaderamente sorprendente: los 5 días que estuve en el hospital tuve los tobillos y los pies tan hinchados que no me podía ni abrochar las sandalias, y eso que paseaba arriba y abajo continuamente para que bajara el edema, pero nada. Pues fue llegar a mi casa, y en dos horas ya tenía los pies como siempre. Increíble, verdad?